El caldo de cultivo de la resiliencia
En este espacio privilegiado que nos permiten ocupar hoy, reflexionaremos en voz alta haciendo un breve recorrido, muy personal, de los distintos paradigmas en los que nos hemos ido moviendo las y los profesionales del ámbito de la salud durante las últimas décadas. El análisis de ciertos logros sociales y de algunos de los paradigmas imperantes en determinados momentos de nuestro recorrido profesional, nos permite hacer una sencillo análisis del caldo de cultivo en el que se viene gestando, desde hace unos años, la consolidación de un paradigma que está suponiendo una bocanada de aire fresco y una micro revolución en la manera de intervenir: la resiliencia.
No se trata de una nueva teoría, sino de una forma complementaria de interpretar la condición humana, a la que hemos ido llegando profesionales de distintas disciplinas a partir de la constatación de un fenómeno presente en la historia de la Humanidad.
Los profetas de la prevención
Allá por los años 80, el estudio de los conceptos de patología, enfermedad o factor de riesgo estaban en boga. Los sanitarios defendíamos que prevenir era mejor que curar, y nos empapábamos de campañas preventivas donde primaba un mensaje prohibitivo y amenazador, que daba por supuesto que, por pertenecer a determinado sector de población, uno iba a tener más boletos para desarrollar problemas de salud, lo cual construía un escenario profético de difícil escapatoria.
Por tanto, en quien fijábamos la mirada y con quien depositábamos el esfuerzo eran aquellas personas que según los criterios establecidos estaban en riesgo. Aquellas que acumulaban más “puntos” por reunir mayor número de características de las identificadas como determinantes de una situación de riesgo. Nos consumía, por tanto, un pensamiento lineal, donde unas determinadas causas estaban ligadas irremediablemente a unas consecuencias.
También se invertía esfuerzo en analizar aquellos factores del entorno que resultaban ser un riesgo, para minimizarlos. Fue la época de las vacunas. Las medidas se enfocaban, fundamentalmente, a evitar la exposición a riesgos, imponiendo sanciones a aquellos que incitaban, legislando y alertando de las consecuencias nefastas en caso de exposición a dichos factores.
Desde este prisma, el individuo en riesgo resultaba ser una víctima del sistema, vulnerable por la acumulación de factores de riesgo, sin responsabilidad aparente sobre lo que le sucedía.
A rescatar de aquella época:
- El hecho de centrarse en estos aspectos significó el estudio de los trastornos, las consecuencias negativas de los mismos y los factores de riesgo que contribuían a su desarrollo.
- Se “hiperdesarrolló” la capacidad para identificar riesgos.
- Fueron numerosas las medidas para reducir el efecto nocivo, con los beneficios que eso conllevó.
- La clave de evitar o retrasar el inicio de conductas de riesgo, que sigue siendo un objetivo prioritario en el ámbito preventivo.
La otra cara de la moneda
Pero la vida es tan compleja, y son tantas las diferencias entre unos individuos y otros, incluso frente a situaciones objetivamente semejantes, que llegó un momento en el que no era posible encontrar respuestas a lo que la experiencia mostraba, puesto que en algunos casos se rompían las predicciones.
Así, el concienzudo esfuerzo por identificar factores de riesgo en poblaciones de riesgo, resultaba arriesgado, pues se constataba que existía un número de personas que, expuestas a los mismos factores de riesgo parecían no desarrollar ninguna patología. Y es aquí cuando el paradigma de la vulnerabilidad comenzó a resquebrajarse, y, en nuestro afán por encontrar respuestas dimos un paso más. Así es como comenzamos a entender que la salud era algo más que el hecho de no estar enfermo. Y que la idea no era, por tanto, el no enfermar sino la mejora de nuestra famosa calidad de vida. Para lo cual resultaba imprescindible modificar algunas condiciones de vida, potenciando aquellas que ejercían un efecto protector sobre el individuo, aumentando así el control sobre los que se fueron definiendo como “determinantes de salud”.
Aquí se contemplaba a toda la población, no sólo a los que estaban en riesgo, y el entorno, así como los estilos de vida, con la idea de mejorarlos en lo posible.
Rescatamos de este planteamiento:
- La propuesta de trabajar con las fortalezas y no con las debilidades. Esto supuso pasar del modelo de riesgo al modelo de desafío.
- La ampliación de la mirada exclusiva sobre la enfermedad, preocupándose de un concepto más general de salud, lo que ha permitido trabajar no sólo en intervenciones de tratamiento y prevención, sino también de promoción de la salud.
Más allá de lo previsto… la optimización
Con el cambio de siglo, nos caló hasta los huesos la plasticidad y el “yes, we can“. Y ya nada volvió a ser lo mismo. Desde la convicción de que la persona tiene recursos y fortalezas, se propicia el desarrollo óptimo en su contexto, favoreciendo el mejor entorno posible, a partir de sus potencialidades, desarrollando al máximo su potencial dentro de su contexto.
Para ello es necesario situarse en una perspectiva ecológica, puesto que se considera a la persona de manera integral y dentro de su contexto, proactiva y activa en la configuración de su propio desarrollo.
Concepción actual de la resiliencia
Esta manera de entender el desarrollo, de forma tal que se contemplan tanto el riesgo, la fortaleza como la potencialidad, sólo es posible si el prisma a utilizar se amplía. Y, puesto que optimizar se refiere a maximizar el potencial humano, la resiliencia posibilita un nuevo foco de realidad.
El paradigma de la resiliencia aporta la posibilidad de ir más allá del destino inicial. Para ello, es necesario enfocar más allá de la conducta, más allá de los condicionantes del entorno. Pero también entender qué papel juega el riesgo, qué aporta al individuo, qué oportunidades surgen en la adversidad que le permiten llegar donde nunca se hubiese sospechado. Es ver la partida desde otro punto, considerar las crisis como una oportunidad para crecer.
De manera gráfica, podemos ver cómo coexisten actualmente distintas concepciones de la resiliencia, que pueden resultar complementarias:
Implicaciones de la incorporación de la mirada de la resiliencia en nuestra práctica profesional como terapeutas ocupacionales:
- Nos recuerda que hay que completar la foto del déficit.
- Nos muestra la capacidad del ser humano para resurgir y trascender más allá de la enfermedad.
- Enfatiza la potencialidad y la expectativa de mejora.
- Sitúa a la persona como alguien capaz.
- Amplía el foco de nuestros análisis.
- Nos devuelve una esperanza realista a pesar de las adversidades de las personas con las que trabajamos.
Para saber más:
Manual de resiliencia aplicada (2011). Gema Puig y Jose Luis Rubio. Barcelona: Editorial Gedisa.
www.addima.com
Un post escrito por Gema Puig y Jesús Marta