Islas de honestidad

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“Negar la participación de personas con experiencias concretas en la creación de espacios de acción terapéutica es un error básico que condiciona todos los pasos que se dan después de tomar la decisión.”
Fernando Alonso

Se necesita otro pensar. Y se necesita ya”. Así se titula el artículo que escribe Fernando Alonso, superviviente del Sistema de Salud Mental (como él mismo se define) y que ha publicado en la interesantísima web Primera Vocal y en el Boletín número 38 de la Asociación Madrileña de Salud Mental. En el texto, reflexiona de forma contundente desde el hecho de haber transitado por el sistema público de salud debido a un sufrimiento psíquico difícil de concebir para los que no hemos pasado por una crisis psicótica. En su caso, como en el de tantas otras personas, la respuesta obtenida ha sido poco o nada satisfactoria.

Desde que comencé a trabajar hace ya unos 8 años en el ámbito de la salud mental, he tenido la sensación (por no decir la certeza) de que el espacio y el tiempo que compartimos profesionales y pacientes durante el tratamiento se nos quedaba escaso para transformar en profundidad la complejísima realidad que rodea la vida del paciente y, por extensión, la nuestra. Puede parecer muy iluso, pero cuando salí de la universidad con mi título bajo el brazo, mi deseo principal era sentirme útil para los demás y para la sociedad en general gracias a mi trabajo. Vamos, que tenía ganas de reconocimiento y cierto egocentrismo que me alejaba de los pacientes. También tenía una buena dosis de ilusión para trabajar con personas (ya fueran pacientes u profesionales) aunque esa ilusión puede ir variando en el camino y en muchas ocasiones no sea suficiente. El trabajo diario es tan complicado como nosotros mismos, y el equipo se hace imprescindible para poder pensar sobre la experiencia: la de trabajar con pacientes graves y la de trabajar en equipo. Pero ¿cómo pensamos?, ¿existe o debe existir un lenguaje común?, ¿es el pensamiento de la psiquiatría el eje central del ámbito de salud mental?, o ¿es cierto que la inercia y el negocio atraviesan nuestro pensamiento como dice Fernando?. En cualquier caso, esto de pensar es tan necesario como agotador.

Y mientras escribo, pienso que la implicación llega de golpe cuando aceptas que el ámbito de la salud mental nos abarca a todos los que sufrimos. Esto es, a todas las personas. No creo en otra manera de estar implicado en este ámbito si no es reconociendo que compartimos la experiencia de ser y sentirnos vulnerables. Sin embargo, no todos hemos tenido la experiencia de lidiar con un sufrimiento psíquico tan insoportable en el día a día como para acabar demandando ayuda (o recibiéndola involuntariamente en el peor de los casos) de los servicios de salud mental.

Ese primer contacto suele ser crucial en la vida de una persona pues, a partir de entonces, se empezará a construir una relación compleja con los servicios sanitarios y sociales que, dependiendo de la gravedad de la situación, puede durar bastante tiempo. Durante ese tiempo, en las distintas etapas vitales de la persona, aparecemos diversos profesionales para acompañar su sufrimiento y dificultades, y al mismo tiempo, sus alegrías y logros. El aprendizaje realmente es infinito, como también lo son muchos de los tratamientos que acaban recibiendo estas personas. Un motivo fundamental de esta duración eterna tiene que ver con en el tipo de relación que se construye entre profesionales y pacientes. No pretendo aportar la solución final al abordaje de los problemas de salud mental pues se me escapa, pero creo que este es un punto fundamental sobre el que reflexionar.

Antes he escrito “acompañar el sufrimiento” porque cada vez soy más consciente de que el mayor apoyo que se puede ofrecer a otro ser humano es demostrar que se está ahí, que existe una preocupación auténtica por la vida de esa persona aunque yo sea un profesional y él un paciente. De ahí surge la necesidad de tener en cuenta al paciente y no convertirle inmediatamente en mi objeto de intervención, al que por supuesto, antes de nada, debo evaluar desde mi disciplina, y mis compañeros desde la suya, claro está. Cada evaluación debe ser como una pieza de un puzle complejo que tratamos de reconstruir para ofrecer una serie de respuestas lo más certeras posible a la compleja situación que se nos presenta. El paciente, a todo esto, debe comprometerse dócilmente para que el puzle salga bien.

Al mismo tiempo, debería surgir la necesidad de reconocer, por parte de cada profesional y cada institución, la tremenda exposición que supone acompañar a diario a personas con un sufrimiento agudo y multicausal y la necesidad de apoyo para poder hacerlo en condiciones. Me atrevería a decir que todos los profesionales hemos sentido impotencia, frustración, tristeza, rabia, y un amplio elenco de emociones, cuando hemos visto que las vivencias de la persona y sus circunstancias personales eran tan complejas que su abordaje terapéutico se nos escapaba al equipo, a la institución y finalmente, al sistema público, y cada vez más privado, de servicios sanitarios y sociales. Como si la contención y las coordinaciones no fueran suficientes y tuviera que haber algo más enraizado en los lazos sociales que construimos diariamente, más allá de los márgenes del dispositivo asistencial.

Entonces la mirada se amplía a otros lugares en los que escuchar nuevos relatos y discursos y conocer experiencias que te aporten luz y, si hay suerte y te atreves a indagar, acabas encontrándote con pequeñas islas de honestidad ocupando los márgenes. Espacios como la Escuela sobre marginación de Entrevías donde las personas te cuentan cómo se enfrentan a la injusticia diaria juntando fuerzas y aportando su propia voz a la lucha y la defensa de los derechos de los más excluidos. O lugares como El taller del clown de María José Sarrate, donde descubrí sin pretenderlo el valor terapéutico que tiene buscar, mediante el juego y la improvisación, a un personaje vulnerable y transparente que se quita la máscara social (la más grande de todas) y se la cambia por la nariz roja del payaso (la más pequeña) para crear risa y emoción. Las nombro con orgullo pues son parte de mi identidad personal y profesional y me han influido enormemente en la manera de entender mi trabajo diario.

Sin olvidarme de que soy terapeuta ocupacional, sigo creyendo que la experiencia significativa tiene una repercusión directa con la salud, y que nuestra profesión tiene que ver con acompañar a la persona que sufre en la construcción de espacios de exploración, de desarrollo de competencias, de satisfacción de proyectos personales y de encuentro con otros. En definitiva, contribuimos a generar contextos donde existe la esperanza de poder llevar una vida en la que los profesionales de la salud sean sólo un apoyo incondicional pero preferiblemente puntual y limitado y no una especie de tutor con muchas caras que controla cada paso y expectativa de la persona. Los humanos, para estar bien necesitamos mucho más que profesionales empáticos, es así de fácil.

El último de esos contextos de dignificación o, dicho de otra forma, la última isla de honestidad que he tenido la inmensa suerte de conocer es el grupo de gente que forma el proyecto de Entrevoces, creado para organizar el VII Congreso Mundial de Hearing Voices, una red internacional dedicada al estudio, educación e investigación sobre la escucha de voces, que cuenta con centenares de grupos en más de 25 países. El Congreso, que se va a celebrar el 6 y 7 de noviembre en Alcalá de Henares y que tiene como lema “Construyendo en común, construyendo lo común”, ha colgado el cartel de completo para un aforo de 400 personas a más de un mes de su celebración. Aunque muchas personas se queden con ganas de asistir a este evento por la brillantez de sus ponentes y talleristas, todos tenemos la responsabilidad de acercarnos y visibilizar a movimientos como Entrevoces (recomiendo echarle un ojo al apartado de Materiales y al Blog), pues su lucha nos confirma que otro tipo de respuestas al sufrimiento psíquico son posibles y que es necesario que las construyamos colectivamente. Se respira cambio: y se respira ya.

Carlos Martín

Terapeuta Ocupacional de la Unidad de Atención Temprana (UAT) para jóvenes con primeros episodios psicóticos, perteneciente al Servicio Madrileño de Salud y gestionada por Fundación Manantial.

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