Luna Grandón: “Pensar la terapia ocupacional desde el feminismo no tiene que ver con ese “añada mujeres y revuelva” sino que nos conduce hacia ontologías críticas sobre eso que llamamos ocupación”
A veces hay casualidades que uno recuerda de forma especialmente significativa. Luna estuvo en mis primeros días de estancia en Santiago de Chile. Y estuvo en uno de los últimos. O mejor, de las últimas noches. En una terraza de Lastarria, ese barrio alternativo en el centro de la capital chilena. Entre chorrillanas y cervezas. Y con ella queríamos iniciar nuestro retorno a los márgenes tras un tiempo dedicado a otras ocupaciones. Además queríamos hacerlo abordando un tema que se ha convertido en imprescindible en estos momentos: feminismos y su implicación con la terapia ocupacional.
Débora/Luna Grandón Valenzuela (Chile) es candidata a Doctora en Estudios Latinoamericanos (Universidad de Chile). Magíster en Estudios de Género y Cultura. Académica en la Escuela de Terapia Ocupacional, Universidad Austral de Chile (Valdivia). Reconocida como figura emergente de la Terapia Ocupacional de Chile (2023). Acciona en el proyecto Registro Contracultural, desde el registro audiovisual y la investigación.
Siempre nos ha gustado comenzar las entrevistas con una pregunta que para nosotros es fundamental. De qué manera nuestras historias personales atraviesan la forma en la que nos iniciamos en esta disciplina. ¿De qué manera llega Luna Grandón a la Terapia Ocupacional?
Creo que esta pregunta me hizo viajar hacia un pasado que no suelo visitar tanto. Decidí estudiar terapia ocupacional a mis jóvenes 18 años, por pensar que era un espacio suficientemente transdisciplinar como para sentirme cómoda. En ese entonces, ya sabía de mi gusto por la lectura y las humanidades, así como por la biología y el estudio del cuerpo. Por ese tiempo ya había comenzado a practicar danza que, de hecho, era lo que mi familia asumía que podría decidir estudiar. Si bien no provengo de una familia adinerada, en ese momento mi hermano mayor estudiaba composición musical, y mi otro hermano actuación, así que era muy lógico y esperado para mí que estudiase danza o alguna otra práctica artística. Pero hubo algo, quizá una intuición, que me hizo decidir por la terapia ocupacional —sin entender demasiado qué era, como la mayoría de quienes optamos por ella— por su carácter social y de relación permanente con las personas. En ese momento de mi vida quería un trabajo que me conectara permanentemente con la gente y sus experiencias, posiblemente porque yo fui una niña y adolescente adoctrinada en el cristianismo, experiencia de la cual lo único que rescato es que me abrió el interés por otras experiencias que no fueran sólo las mías, y que me hizo desarrollar disciplina al momento de leer e interpretar un texto. Creo que desde una lectura bastante naif llevé todo eso hacia un espacio que me hiciera sentir que todos estos intereses diversos podrían reunirse y utilizarse juntos, cosa que, al día de hoy, veo con algo de gracia puesto que en alguna medida sí ha sido así, aunque ya no ideologizada desde una doctrina religiosa, sino desde un libre pensamiento político que he armado sistemáticamente con los años, cuya posición actual podría intentar diagramar como un transfeminismo marxista.
En Ocupando los Márgenes hemos prestado altavoz en algunas ocasiones a una mirada feminista de la profesión o al acercamiento a un enfoque de género. Pero somos conscientes de que aún cuesta incorporar esta mirada en la disciplina. ¿Cómo crees que el feminismo ha influido en el campo de la terapia ocupacional en los últimos años?
Pienso que primero que todo es preciso historizar, en el sentido de que los feminismos no son algo exclusivamente actual, tanto en su historicidad larga como movimiento social y teoría política de al menos dos siglos, así como en el caso específico de su imbricación con la terapia ocupacional. Algunas investigaciones disciplinares, como las que ha realizado Rodolfo Morrison, evidencian que el feminismo ha sido parte del contexto histórico de emergencia de la terapia ocupacional en los albores del siglo XX, junto a otras corrientes como el pragmatismo o el movimiento de artes y oficios. Entonces, el feminismo ha sido parte del contexto histórico de producción de esta profesión, lo que a su vez, nos permite reconocer cómo dicho contexto propició a quienes fueron las fundadoras de la terapia ocupacional norteamericana, la posibilidad de sortear las expectativas de género sobre sus propias vidas, en tanto pensadoras, intelectuales y forjadoras de una profesión. Ahora, por otra parte, creo que también es necesario dejar en claro que esto no se traduce en que la participación de mujeres nos asegure comprensiones teóricas feministas, en este caso, sobre el ser humano y su vida de actividades. Se tiende a hacer una equivalencia de que, a más mujeres, más feminismo, equivalencia tramposa que deja de reconocer que todas las personas hemos sido socializadas en un régimen patriarcal, que posee aparatos culturales para asegurar su reproducción a través de la familia, la escuela, la publicidad, los medios de comunicación, y las expectativas de normalidad asociadas a los roles binarios de género.
Digo esto para sostener que las personas feministas debemos hacer un trabajo sistemático no sólo sobre nuestro aparataje del pensamiento, sino también sobre nuestra cotidianidad y el conjunto de relaciones sociales que sostenemos, en pos de ejercer un modo de vida feminista. Entonces, este ejercicio no es natural y es contracultural, en el sentido de que supone des-aprender y des-encarnar todos aquellos discursos y prácticas patriarcales que se nos presentan como normales o incuestionables, a través de las cuales nos hemos subjetivado. Doy toda esta vuelta para situar críticamente el fenómeno del hecho de que una profesión tan feminizada como la terapia ocupacional no haya producido de manera más temprana teorías críticas sobre las actividades humanas generizadas y feminizadas, nos permite des-esencializar la idea de que el signo mujer equivale a feminismo. Por ejemplo, ¿por qué no nos resultó evidente que esa tipificación de “actividades de la vida diaria instrumentales”, ha encubierto en gran medida, a esa gama de actividades que reproducen las condiciones para la vida cotidiana, como lo son el trabajo doméstico no remunerado, y que son activamente socializadas como actividades naturales para las mujeres? Porque el feminismo, como movimiento social y teoría política, deviene de un trabajo de conciencia sobre sí misme y sobre la trama de relaciones que organizan el mundo, por lo tanto, no tiene tanto que ver con “ser” mujer, como una esencia preexistente a la cultura, sino con cómo aquella experiencia social de ese ser-mujer, nos ha hecho experimentar opresiones y violencias específicas disfrazadas como una inferioridad natural.
Volviendo al punto, podemos seguir discutiendo el hecho de que, en una profesión tan feminizada, sean las teorías y perspectivas elaboradas por hombres cisheterosexuales las que posean un privilegio tan amplio de difusión e institucionalización en los currículums aún, volviéndose un canon epistémico que invisibiliza las teorizaciones de personas que no se corresponden con el pretendido sujeto universal del privilegio, como lo serían mujeres, personas LGBTIQA+, personas racializadas, etc. Sólo a modo de análisis, porque no tiendo a ser tan binaria, no me deja de sorprender que la participación, tanto en asociaciones gremiales como en espacios de producción y difusión de conocimiento en terapia ocupacional, aún esté tan masculinizada, en relación a la proporción de hombres y mujeres que ejercemos las terapias ocupacionales.
Entonces, retomando el núcleo de la pregunta, pienso que la reactivación feminista de los últimos años nos ha permitido mirar este tipo de cosas con lucidez y precisión, a propósito de cómo los movimientos sociales feministas han puesto en el espacio público la denuncia sobre las distintas formas de violencias que vivimos mujeres y disidencias sexuales; los nudos de la reproducción social y los cuidados, así como el sexismo en la educación. Estas tres esferas han sido clave en lo que en Chile reconocemos como el fenómeno del mayo feminista del 2018, proceso emergido desde estudiantes universitarias para denunciar violencia, acoso sexual, (cis)sexismo, entre otras prácticas patriarcales. Me parece una bonita coincidencia estar trabajando ahora en la universidad donde fue la primera toma universitaria de este hito feminista, que irradió e incendió con su fuego hacia el centro y norte del país. Entonces, no puedo dejar de entender esta incidencia del feminismo en la terapia ocupacional durante los últimos años, como un efecto inevitable de estar situadxs en un momento histórico, político y cultural de reactivación feminista a nivel planetario, que a su vez, conecta con esfuerzos previos de muchas colegas por reconocer al género como una relación de poder que modula las ocupaciones.
Dicho eso, creo que esto nos ha permitido problematizar cuestiones importantes, que van desde las autorías intelectuales que reproducimos y usamos en nuestras bibliografías; la tensión de aquellas baterías teóricas despolitizantes que ubican lo cultural como una mera influencia y no como una raigambre o condición histórica para todo hacer humano; hasta el examen minucioso del por qué hacemos lo que hacemos: qué expectativas socioculturales condicionan ese hacer, y cómo esto configura, reproduce o transforma el conjunto de relaciones sociales e históricas que sostienen la existencia del sexismo, el racismo, el capacitismo, la violencia, etc. En este sentido, pensar la terapia ocupacional desde el feminismo no tiene que ver con ese “añada mujeres y revuelva” que bien describe la economía feminista, dado que no es un “factor” más que se agrega a otros como una sumatoria de cosas, sino que nos conduce hacia ontologías críticas sobre eso que llamamos ocupación. Por eso, creo que inevitablemente este tipo de preguntas nos llevan no sólo hacia la exploración de nuevos marcos teóricos éticos y políticos para nuestro hacer, sino también hacia una producción de los mismos, permitiéndonos la capacidad intelectualmente creativa sobre nuestros propios fundamentos.
En este sentido, uno de los retos, precisamente, está en cómo incorporamos una propuesta feminista en los planes de estudio de Terapia Ocupacional. Pero en tu caso, impartes en la actualidad una asignatura sobre estos temas. ¿De dónde surge esta iniciativa? ¿Cómo está siendo la experiencia?
Esta iniciativa, y muy acorde al nombre de esta plataforma, se trata de una asignatura que se desarrolla en los márgenes: en el sur austral de Chile, en la ciudad de Valdivia, y como una intervención curricular en el marco de los “optativos” de la carrera. Es decir, esta asignatura por la que me preguntas no corresponde ni al currículum oficial, ni obligatorio, ni transversal, sino a un esfuerzo conjunto con otra colega también feminista, Eugenia Pizarro, con quien decidimos crear el 2022 (año en que llegué como docente a este plantel) una asignatura electiva para estudiantes de tercer año de la carrera, llamada “Introducción a los estudios de género y teoría feminista aplicada a la terapia ocupacional”. Ya vamos en nuestra segunda versión, y pese a que en estos 2 años sólo lo ha cursado aproximadamente un 15% del total de estudiantes que podrían inscribirse, nosotras estamos felices pues nos permite un espacio de discusión profundo, horizontal, que se opone a procesos educativos bancarios y autoritarios. Un buen ejemplo es que cada sesión nos sentamos en círculo, cosa que podría resultar baladí o hippie, pero para universidades que hoy reciben 60 o 70 estudiantes cada año (sino más, en otros lugares), es un modo de resistir al fordismo educativo propio de modelos educativos neoliberales, que asumen a la educación como un proyecto industrial y técnico.
Para darte una idea de qué va este curso, está organizado en tres módulos: (1) historia y bases teóricas de los feminismos (con un énfasis latinoamericanista); (2) cotidianidad y generización de actividades humanas (que hacemos a través de análisis de discursos y prácticas culturales); y, (3) diversidad y disidencia sexual, derechos humanos y salud (con enfoque en erotismo y placer). En ese recorrido hemos decidido iniciar intencionadamente con la historia de los movimientos sociales feministas, como una cuestión política de reconocimiento a las trayectorias a las cuales nos anclamos: quiénes han estado antes que nosotras, qué les tocó discutir, qué espacios abrieron, cómo sus estrategias de lucha política se anclan con las nuestras, y qué teorías y debates trazan este campo. Todo esto nos permite situar histórica y teóricamente todo lo que abordamos después, donde ya nos abocamos a un trabajo más orientado hacia la terapia ocupacional, en el sentido de analizar críticamente las actividades humanas y su producción sociocultural, además de pensar el derecho a la salud y a la sexualidad placentera desde perspectivas no cisheterosexuales.
Personalmente, espero cada jueves para poder encontrarme con les estudiantes y debatir conjuntamente sobre cultura, cotidianidad, noticias e hitos coyunturales, y todo en clave de género. Para mí como maestra es fundamental este lazo honesto y comprometido con elles, de hecho, con la generación del año pasado que tomó el curso, creamos un Semillero de Investigación Feminista en Terapia Ocupacional a propósito de generar un espacio que nos permitiera seguir pensando juntas para discutir sus procesos de investigación de tesis de pregrado. Todas las personas participantes leemos previamente parte de los trabajos que en cada sesión serán comentados, a través de un proceso colectivo de retroalimentación y discusión, que va desde los problemas de investigación, hasta el diseño metodológico y cuestiones éticas a propósito de cómo las investigaciones feministas tensionan el extractivismo académico.
En el contexto de la terapia ocupacional, ¿cómo crees que se pueden repensar las intersecciones entre género, clase, etnia y otras dimensiones de la identidad?
Agradezco esta pregunta, es algo que quería desarrollar a propósito de no caer en el reduccionismo de que, por una parte, el género se produce como una experiencia aislada de otras, y que, por otra, desde el feminismo no nos podemos referir a otros “asuntos” o “problemas” que no sean sólo los de género, o peor, que sólo debamos aludir “al problema de la mujer”. ¿Cuál sería ese problema? Sobre lo primero, desde una perspectiva interseccional reconocemos que el género es una relación social y de poder, tramada con otras relaciones como lo son las de clase, de raza, de capacidad —entre muchas otras más, claro. En este sentido, nadie vivencia sólo su experiencia de género, sino que también, de forma montada y paralela, su posición de clase, su blanquitud o racialización, su edad, su capacidad, etc. A mi juicio, más que dimensiones identitarias, son experiencias históricas que modulan nuestro modo de ser y estar en el mundo, pues condicionan —como el caso de la clase— nuestro abanico de experiencias ocupacionales posibles. Por ejemplo, en Chile el acceso al arte y la cultura ha sido algo elitizado, un privilegio de clase, que además ha reproducido una precarización sistemática hacia les trabajadores del arte y la cultura, con un presupuesto nacional ínfimo destinado a fortalecerle como experiencia esencial de la vida humana. Por otra parte, el racismo y la xenofobia también condicionan la experiencia cotidiana de las personas racializadas, desde la discriminación y la violencia, hasta la precarización económica, así como las personas con expresiones de género y orientaciones sexuales diversas reciben violencias correctivas y son foco de crímenes de odio brutales, que muchas veces, quedan impunes por la incapacidad de los sistemas jurídicos de reconocer esta compleja red de relaciones de poder.
En este sentido, creo que la terapia ocupacional debe mirar las teorizaciones de otros campos de estudios, como lo son estudios culturales, los estudios de género, la sociología, la filosofía, etc., para llevar a sí debates que en otros campos tienen mayor desarrollo y profundidad, como la noción de interseccionalidad, o imbricación. No creo en absoluto en una pureza epistémica disciplinar, sino en la promiscuidad de los saberes: creo más en la indisciplina y en el trabajo colectivo de articulación de experiencias y saberes, que en cualquier afán de pulcritud. A mi juicio, este tráfico de saberes tiene un potencial tremendo para nosotres, puesto que, por nuestros campos diversos de ejercicio profesional, tenemos una suerte de “privilegio” de la mirada en poder conocer experiencias humanas complejas, atravesadas fuertemente por la violencia, la desigualdad, la precarización, la exclusión, etc., de forma situada, territorial y cotidiana. Entonces, la articulación con otras baterías teóricas que desbordan lo “ocupacional”, creo que nos permite nombrar cosas que vemos permanentemente en nuestras praxis, pero que muchas veces, no somos capaces de reconocer en su red compleja de producción.
Todo esto, me permite aludir al segundo punto que anticipé: que el feminismo no sólo se preocupa por “cuestiones de género”, sino por la totalidad de la trama de relaciones que configura nuestra cotidianidad. Me suele pasar que, por mi expertiz, me invitan a hablar de “cosas de género” o de “mujeres” —“¡que pase la feminista a hablar de feminismo!”— y yo termino hablando de capitalismo, neoliberalismo, derechos humanos, epistemologías críticas, y hasta leyendo algún poema. Esto, porque no resulta posible pensar el género como una experiencia aislada de un contexto más amplio atravesado por un modo de producción profundamente violento y desigual, que ordena y modula nuestro tiempo vital de existencia en pos de la productividad y el rendimiento —por ejemplo, mientras nos desposee de nuestra fuerza de trabajo, y expropia y privatiza los bienes comunes de los cuales dependemos, como el agua. Vivo en un país donde no tenemos garantizado el derecho al agua, entonces, ¿puedo referirme a los problemas “de género” como algo que no está atravesado por el inminente conflicto de acceso al agua, en un marco de sequía y calentamiento global? Por supuesto que nos compete, y por ello pienso que la interseccionalidad es clave como fundamento para tensionar permanentemente al conjunto de relaciones que organizan nuestras sociedades, produciendo no sólo poder y estructura, sino también posibilidades de fuga, agencia y placer ante las mismas.
Sorprende que no sólo te has movido en el terreno de la academia si no también es espacios de creación alternativa, vinculados a las artes, la performance, a la disidencia,… Háblanos un poco de esto.
Me siento afortunada de poder aludir a esto, porque es parte de lo que una hace por convicción política, por decisión, por deseo. Participo desde el año 2021 en el proyecto autogestionado Registro Contracultural, que es una plataforma de archivo de prácticas artísticas de performance y arte político. Este proyecto, dirigido por el videasta Andrés Valenzuela, tiene por como objetivo registrar y difundir prácticas artísticas contrahegemónicas y sexodisidentes, que difícilmente se albergarían en un museo, tomando así por mano (y por cámara) propia, la responsabilidad en la producción de la memoria. Somos hoy una equipa de 9 personas (Andrés Valenzuela, Jazmín Ra, Anastasia Benavente, Dinko Covacevich, Amadalia Liberté, Eme Echeverría, Antonia D’Marco, Tian Romero, Luna Grandón), que nos dedicamos especialmente al registro audiovisual e investigación en pos de crear este archivo virtual multimedial de acceso gratuito y libre.
En mi caso, participo como registradora audiovisual y también como investigadora, aunque en algunas ocasiones he cambiado de lado de la cámara para realizar performances. Este año, por ejemplo, junto a mi amiga y compañera Anastasia Benavente, quien tiene una vasta trayectoria como artista de performance, realizamos algunas acciones performativas en Buenos Aires. Para mí, que tiendo a estar del otro lado de la cámara, ha sido todo un desafío cambiar de planos, y aprender desde personas tan generosas y con tanta experiencia, para utilizar el cuerpo como medio de investigación, de denuncia e incluso, como otro registro de investigación. Pronto liberaremos en la web una acción que realizamos en el marco de los 50 años del golpe de Estado en Chile, hito que instaló no sólo una dictadura larga y violenta, sino también, una puerta de entrada para la instalación del neoliberalismo con el consecuente socavamiento de derechos sociales, como la educación, el arte, la cultura, la salud, las pensiones para la vejez, etc.
Volviendo al proyecto, se trata de una plataforma colectiva que permite reconocer a una comunidad, a una escena si se quiere, que ha tomado el arte político como su trinchera no sólo política ni estética, sino también afectiva. Por ello en nuestra web somos muy cautas en incluir a todas las personas que colaboran y trabajan en la producción de este arte contracultural, visibilizando las redes de trabajo artístico que hacen que esto exista, permitiéndonos tener este registro histórico como insumo para la investigación y para la memoria. En ese sentido, nos moviliza la conciencia histórica: nos sabemos agentes productores de la historia “en tiempo presente”, y por eso es que decidimos sistemáticamente registrar y producir nuestros propios archivos para la memoria, en un país que, precisamente, ha intentado una y otra vez negar y borrar la memoria histórica.
Ya para cerrar, e intentando burdamente hacer una especie de círculo o esfera de todo lo que te he contado, creo que esta última experiencia me permite aludir al carácter creativo y político de las actividades humanas. Más allá de pensar que las ocupaciones se ponderan según su funcionalidad o por ser “saludables”, creo en aquella capacidad de natalidad que acuñaba Hannah Arendt, esa potencia creativa que la acción humana tiene no sólo sobre el sujeto de la acción, sino sobre ese mundo común que se nos devuelve como objetivo y natural. Si ese mundo común ha sido históricamente producido a través de un conjunto de acciones humanas anteriores, también puede ser resistido y transformado a través de la acción colectiva. En ese sentido, en un mundo atravesado por la violencia, la desigualdad, el rendimiento y la obediencia del tiempo, crear, y crear en común, tiene la potencia indócil de hacer nacer sobre el mundo aquello que deseamos vivir, mientras estemos de este lado.
2 comentarios sobre “Luna Grandón: “Pensar la terapia ocupacional desde el feminismo no tiene que ver con ese “añada mujeres y revuelva” sino que nos conduce hacia ontologías críticas sobre eso que llamamos ocupación””
Que maravillosa entrevista! Compartir el deseo de leer terapias ocupacionales que enuncian contradiscursos rigurosos que se oponen a miradas individualizantes, reduccionistas, heternormadas, capacitistas y patriarcales. En fin, celebro la “promiscuidad de los saberes”!! Gracias
Gracias Luna!
Inspiradora entrevista.
Siento que cada vez somos más en esta línea y me sentí muy reflejada en esos gestos cotidianos (como las clases en círculo, la manera de cuidarnos en los grupos,…) que promueven resistencias al saber masculino hegemónico, neoliberal..
Creo que los lazos que nos unen son profundos porque nacen de esa necesidad de intersección entre lo académico, lo político, lo personal y lo colectivo. Esa necesidad de que estar en la “Academia” no nos despoje de nuestra experiencia y bagaje político y social.
Comparto con Daniela la celebración de la “promiscuidad de los saberes”
GRACIAS