El comunicado que esperas y el que te llega. Posicionarnos en tiempos de violencia. Una reflexión desde la deontología

El comunicado que esperas y el que te llega. Posicionarnos en tiempos de violencia. Una reflexión desde la deontología

Hoy es el Día Mundial de la Terapia Ocupacional. Tradicionalmente, las organizaciones de terapia ocupacional en España aprovechan este momento para reivindicarnos, visibilizar la disciplina e intentar generar comunidad. Muy habitualmente, adoptando la imagen corporativa y el eslogan de la Federación Mundial de Terapeutas Ocupacionales (WFOT) que, para este 2025, es: “Terapia Ocupacional en acción”.

Con este lema y en este contexto socio político, la expectativa sobre el posicionamiento público y la estrategia comunicativa de nuestro Consejo General y, por ende, de nuestras organizaciones de representación autonómicas, era mayúscula. Tan solo cabe recordar que, desde el pasado 7 de octubre de 2023 el estado de Israel viene cometiendo un genocidio sobre la población palestina en Gaza y otros territorios que, hasta la fecha, arroja un saldo que oscila entre las 60.000 y las 100.000 víctimas mortales, entre las cuales se encuentran más de 18.000 niños y niñas.

Además de numerosos expertos, voces públicas y numerosos estados, una Comisión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, ha determinado la existencia de un genocidio perpetrado por Israel hacia el pueblo palestino, al considerar probados cuatro de los cinco actos genocidas definidos en la Convención: matar, causar lesiones físicas o mentales graves, someter deliberadamente a condiciones de vida para destruir a los palestinos, e impedir la natalidad en Gaza. No en vano la Corte Penal Internacional ha reclamado el arresto del presidente de Israel, Netanyahu, y otros integrantes de su gabinete.

Resulta comprometedor que, frente a esta realidad, cualquier institución se mantenga al margen o en silencio. Especialmente cuando hablamos de instituciones vinculadas al cuidado de las personas, a la atención a las situaciones de injusticia o la promoción de la salud. Y sin embargo, el posicionamiento público de nuestra disciplina a todos los niveles (internacional, estatal y autonómico) es absolutamente sonrojarte, por el absoluto desinterés que demuestra hacia el sufrimiento humano.

Ante la indiferencia manifiesta de nuestras instituciones ante la muerte, el hambre y la destrucción de un pueblo, ¿cómo explicar a los estudiantes y futuros profesionales de la terapia ocupacional que este problema nos interpela? ¿cómo hacerles ver que el silencio no es una posición ética aceptable frente a la injusticia? ¿cómo transmitir que nuestra disciplina nace de una idea política, cuya declaración implica un compromiso? ¿cómo exponer que faltar a ese compromiso, por acción u omisión, es renunciar a la idea de la profesión y alinearse con quienes perpetran la injusticia y la violencia? La posición pública de nuestras instituciones (más bien la ausencia de posición) dificulta enormemente esta labor y genera un caldo de cultivo propicio a la indiferencia, el asistencialismo y la xenofobia. Problemas identitarios reales que nuestro colectivo alberga y que en algún momento tendremos que afrontar con madurez.

Los argumentos de la neutralidad institucional, de la instrumentalización de las organizaciones o de la vinculación directa de este problema con el objeto de interés de la terapia ocupacional, son absolutamente inconsistente. Para demostrarlo, y para quienes consideren que estas líneas arrojan una carga ideológica radical e inasumible para la terapia ocupacional española, quisiera recuperar una argumentación deontológica, en base a lo expuesto en el Código Ético que nos hemos dado y que viene a regular nuestras obligaciones respecto a la conducta profesional aceptable. Recordando, además, que son las organizaciones las encargadas de hacer valer dicho Código y preservar los estándares de nuestra conducta colectiva en las más altas cotas.

En consecuencia, es a ellas a quienes, por pura coherencia, debe exigirse el mayor de los compromisos éticos y una conducta institucional ejemplar. En demanda de una gobernanza ética, conectada con la realidad y sensible al sufrimiento humano (se produzca donde se produzca) y, me atrevería a decir, realmente representativa del sentir mayoritario del colectivo al que representa.    

A tal orientación, nuestro Código Deontológico recoge unos principios éticos rectores del comportamiento profesional, entre los que se destacan:

Justicias y equidad: las terapeutas ocupacionales prestaremos especial atención a las situaciones de injusticia ocupacional y a los factores estructurales que las sustentan.

Solidaridad: la obligación moral de proveer, promocionar y defender el bienestar, la salud y la calidad de vida de todos los seres humanos.

Dignidad: las terapeutas ocupacionales deberán comunicar las situaciones de injusticia, abuso, desequilibrio de poder, maltrato o violencia, que pudieran observarse en el ejercicio de la profesión, de las de terceros o en el entorno, así como de las condiciones estructurales y/o coyunturales de los servicios prestados.

En conclusión, no hay ni una sola argumentación válida que pueda aportarse desde la recta razón y desde la conducta éticamente aceptable para las terapeutas ocupacionales, que justifique el silencio que, durante estos dos años, nuestras instituciones han mantenido. En el extremo en que nos encontramos, con múltiples instituciones públicas y privadas posicionándose (tarde) frente a la masacre, la indiferencia institucional de la terapia ocupacional se hace más dolorosa para quienes la ejercemos, investigamos y formamos.

Además, corremos el riesgo de que el alto el fuego y la situación de tregua, opaquen la necesidad de seguir denunciando la violencia. De que se legitime la falta de reconocimiento a la injusticia y la imperiosa necesidad de reparación.  Y que, desde nuestra atalaya de complicidad y condescendencia, nos dediquemos a otra cosa. En concreto, a grabar vídeos autocomplacientes reprochando a la sociedad que no cuente más con nosotros. ¿Por qué la sociedad tendría que hacerlo? ¿cuál es nuestro compromiso real con las condiciones de vida de las personas que experimentan limitaciones en su salud ocupacional? ¿y en qué hechos concretos se materializa ese compromiso más allá de discursos y documentos vacíos?

No, sin un reconocimiento explícito del genocidio cometido, sin empatía hacia el dolor del prójimo y sin una verdadera implicación de la terapia ocupacional “en acción” frente a lo que realmente importa, no hay celebración posible.

Hoy no hacen falta vídeos, ni mensajes, ni reivindicaciones corporativistas vacías. Hace falta ética. Hace falta coherencia. Hace falta humanidad.

Porque, si nuestra disciplina olvida su raíz política, su compromiso con la justicia y la dignidad humanas, ¿qué sentido tendría seguir hablando de ocupación, de participación o de salud?
Quizá, antes de pedir a la sociedad que nos reconozca, deberíamos preguntarnos si estamos reconociendo nosotros mismos el sufrimiento que nos rodea.

Solo desde ahí —desde una posición ética, comprometida y verdaderamente humana— la terapia ocupacional podrá volver a tener voz. Y que esa voz, cuando llegue, no sea ya la del silencio.

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