VIVIR OCUPACIONALMENTE DE ESPALDAS A LA INFANCIA

VIVIR OCUPACIONALMENTE DE ESPALDAS A LA INFANCIA

Hace ahora cuatro años que mi vida se transformó. Mis intereses, mis prioridades, mis obligaciones y, en consecuencia, mis rutinas, mis roles y mis actividades cotidianas cambiaron por completo desde que fui padre. Casi desde entonces, llevo queriendo escribir unas líneas que, en algunas ocasiones por falta de tiempo, y en la mayoría de veces por agotamiento físico y mental, no he podido afrontar hasta hoy.

No espero un resultado cierto. Hace tiempo que siento que no “funciono” como antes; ahora convivo con los olvidos, los retrasos, el sueño, la falta de lucidez, de capacidad organizativa y de concentración. Con la frustración por pretender dar continuidad a una carrera profesional que se me escapa o verme obligado a postergar determinados proyectos. También, por qué no decirlo, con cierta desafección hacia una profesión y sus instituciones que siguen centradas en batallas que se me hacen insignificantes y, a la vez, absolutamente ajenas a la hostilidad ocupacional de la vida cotidiana de miles de personas.

Me sorprende que algo que transforma nuestra identidad ocupacional de manera tan radical, no ocupe más y mejores espacios del discurso de nuestra querida disciplina.

Sin embargo, no es de los cambios que experimentamos los adultos de lo que me gustaría hablar. Sino del sistema y las condiciones del mundo que hemos construido de espaldas a las necesidades de la infancia y de quienes deben protegerla. Y no, no soy ningún terapeuta ocupacional especialista en infancia, no tengo formación en integración sensorial y no hice mis prácticas en ningún centro privado de atención temprana. Soy solo un terapeuta ocupacional que se cuestiona si contratar siete semanas de campamento para “sobrevivir” al verano es la mejor opción para un niño que, cada mañana, se despierta diciendo, de una forma muy explícita y argumentada, que no quiere ir y que prefiere quedarse en casa con sus padres.

Podría poner miles de ejemplos de cómo nuestra realidad cotidiana se estructura en base a lógicas que invisibilizan y desatienden las necesidades de la infancia y de que, cualquier avance que se hubiera producido en esta materia en nuestras sociedades “modernas”, es claramente insuficiente. Sin ir más lejos, en uno de los últimos plenos de la Asamblea de Madrid, se le recordaba al Consejero de Educación, Ciencias y Universidades de la CAM que los colegios son los únicos edificios públicos de la Comunidad de Madrid sin climatizar.  

La “productividad” del adulto, entendida en términos laborales y económicos, de rentabilidad, de consumo, de presencialidad, etc. sigue siendo el centro de la lógica organizativa del sistema social. Y cualquier variable que venga a alterar esto es entendida como una irrupción conflictiva, indeseable o compleja de gestionar, por más que nos quieran vender discursos en favor de la natalidad.

Y, lamentablemente, esta es una idea que la terapia ocupacional sigue asumiendo sin rechistar. La productividad sigue asociada, en términos generales, al desempeño de un trabajo y se reconoce, de manera mayoritaria, como la principal actividad de la etapa adulta.

Paradójicamente, rara vez se menciona que, en esa misma etapa de la vida en la que el trabajo “debe” ocupar el centro de nuestro tiempo, lo más habitual es que tengamos hijos/as a los que atender. ¿Qué hay más productivo que criar? Una vez más, la terapia ocupacional cae en la trampa del capital y confunde valor con precio.

Solo se me ocurren dos supuestos para sostener acríticamente esta idea. Una herencia patriarcal que impregna nuestra taxonomía y que me obliga a trabajar, porque seguro que hay alguien obligado a cuidar. O una concepción que entiende la crianza como una realidad individual, aislada del contexto, que como adultos debemos aprender a gestionar con sus pros y sus contras. ¿Os suena a la cantinela del equilibro ocupacional?

Sí, esta es la otra perversión de nuestro tiempo que la terapia ocupacional nos ofrece a los padres/madres para ponerle nombre a lo que nos sucede. El desequilibrio ocupacional, entendido como una distribución inequitativa e insatisfactoria del tiempo entre ocupaciones, que obedece esencialmente a una mala organización, a una gestión ineficaz de tu vida, que requiere de un experto exterior que venga a escribirte en un papel a qué hora y cuánto tiempo debes dedicar a cada ocupación. Una suerte de Marie Kondo ocupacional que te organice a ti, igual que se organiza un cajón de calcetines recién lavados.

Da igual si es pertinente o no que las niñas y los niños pasen más tiempo con sus profesoras que con sus padres, si es razonable que un menor tenga una jornada escolar tanto o más larga que la jornada laboral de sus padres, que los padres/madres apostemos cada año a la ruleta rusa de las extraescolares a ver si tenemos suerte y al niño/a le gusta alguna. Que normalicemos que el tiempo compartido con tus hijos/as esté traspasado por la fatiga y la preocupación de cuál será el siguiente paso o “cómo nos vamos a organizar mañana si al final le sube la fiebre”. Que aceptemos que un padre o una madre enfermos tienen que seguir cuidando porque no hay alternativas (más allá de los abuelos). Que asumamos la distorsión sistemática del equilibrio ocupacional de las abuelas/os como la única forma de sostener los cuidados ante las adversidades más que cotidianas de la infancia. Que el ocio y el descanso sean una utopía, que dependan esencialmente de los recursos económicos de los que uno disponga y de su capacidad para “hacer tribu” (romantizando la necesidad de apoyarte en otros que están viviendo lo mismo que tú para sobrevivir y no sentirte aislado). Que las terapias (en caso de necesitarlas) sean una variable más que incluir a la ecuación de nuestro “equilibrismo ocupacional”. Siempre al borde del precipicio y siempre con la desagradable sensación de que uno no hace lo que, en conciencia, piensa que es mejor para sus hijos/as y para sí mismo. Lo que recomendaría como terapeuta si el padre o la madre fuesen otros. 

El equilibro ocupacional en favor de la infancia, implica un posicionamiento político que incentive una reflexión sobre las ocupaciones de quienes cuidan. No hay otro camino. Medidas en favor del acceso a una vivienda adecuada y asequible que no nos obligue a ausentarnos de la vida de nuestros hijos e hijas para pagar un alquiler o una hipoteca. Medidas en favor de una racionalización, adecuación y flexibilización de los horarios de trabajo adaptados a la estructura y la demanda del entorno educativo (y no al revés), medidas sociales y económicas para aquellas familias que disponen de menos red de apoyo, medidas en favor de la reducción de la jornada de trabajo. O medidas de apoyo que reconozcan y complementen el valor de la actividad de las abuelas/os en el cuidado de sus nietos/as. Cuando la terapia ocupacional quiera, hablamos de esto.    

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