A propósito de Kronenberg: «Epistemologías del sur» ¿y qué tiene que ver esto conmigo si yo trabajo en Burgos?
“Las “epistemologías del sur” parten de un Sur que no es geográfico, sino que es un Sur metafórico: metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo y el colonialismo a nivel global y de la resistencia para superarlo o minimizarlo.”
(B de S Santos, 2011)
Hace ya tiempo que los editores de este blog me animan a escribir en “Ocupando los márgenes” desde mi experiencia como terapeuta ocupacional e investigadora social, pero hasta ahora no había identificado el momento o la oportunidad de hacerlo. La lectura y relectura de la estupenda entrevista que Dani Eméric y Pablo A. Cantero hicieron a Frank Kronenberg ha sido la oportunidad que parecía estar esperando.
El título de esta entrada tampoco es nuevo: se trata de un remake de una circunstancia similar acaecida en el año 2005, momento en el cual, junto a Estíbaliz García, editamos un monográfico que llevaba por título Transcendiendo fronteras en la Revista informativa de la Asociación Profesional Española de Terapeutas Ocupacionales. Se trató de un monográfico en el cual se introducía un posicionamiento explícitamente político de la terapia ocupacional (Pollard y Kronenberg, 2005). En ese mismo monográfico, las editoras escribimos un artículo, que llevaba por título “¿Y qué tiene que ver esto conmigo si yo trabajo en Burgos?”. La conexión con nuestro contexto, con la intención de deconstruir la idea instaurada de que estos nuevos planteamientos de la profesión solamente eran relevantes en contextos del sur o en aquellos ámbitos incipientes y marginales como la terapia ocupacional con población en situaciones de vulnerabilidad social no ligada a un diagnóstico médico.
Con esta misma intencionalidad me planteo esta reflexión que comparto con vosotrxs hoy. La lectura en profundidad de la entrevista de Frank Kronenberg, y de sus aportaciones conceptuales desde -lo que él llama- “estudios críticos de los humanos como seres humanos” en el contexto de la Sudáfrica post-apartheid, ha conectado fuertemente con las reflexiones que han surgido en el transcurso de mi trayectoria como terapeuta ocupacional. Y, a diferencia de lo que os podáis imaginar, mi trayectoria profesional se sitúa en escenarios de intervención tradicional de la terapia ocupacional en el contexto catalán y español. Toda mi trayectoria laboral ha estado vinculada al ámbito de la neurorrehabilitación: primero como terapeuta ocupacional trabajando en un centro de referencia en la neurorrehabilitación de personas con lesión medular y daño cerebral adquirido; en los últimos años como investigadora social que ha reflexionado sobre las trayectorias sociales de personas que sobreviven a un traumatismo craneoencefálico.
A lo largo de toda la entrevista Kronenberg nos increpa a responder al fin último de nuestra profesión: “satisfacer las necesidades ocupacionales de la sociedad” (AOTA, 2007); y nos propone dos nuevas herramientas de pensamiento y comunicación para lograrlo: los conceptos de ocupaciones colectivas y conciencia ocupacional. Estos conceptos surgen a partir del análisis y la reflexión sobre cómo el contexto de la Sudáfrica apartheid y post-apartheid está impactando en la vida cotidiana de los sudafricanos. El régimen del apartheid, consecuencia extrema del colonialismo occidental, se erigió a partir un proceso de deslegitimación y deshumanización de las poblaciones indígenas que consistía básicamente en definir la “política del ser humano”: definir quiénes eran más o menos humanos y, en consecuencia, quienes eran más o menos merecedores de acceder a los recursos que son fundamentales para sustentar una vida digna.
Esta “política del ser humano” también opera en nuestro contexto aunque con frecuencia soterrada en el seno de discursos pro-derechos. La modernidad occidental -ideario del colonialismo que fundamentó el apartheid sudafricano- y el concepto de ciudadanía moderna también es responsable de movimientos de deshumanización de poblaciones en nuestra propia “casa”. La ciudadanía moderna, sustentada a partir del ideal de igualdad, libertad (racionalidad) e independencia (autosuficiencia), vincula la humanidad a nuestra capacidad productiva en lugar de al hecho inherente de la dignidad como ser humano. Con este ideario capitalista y capacitista nuestra cosmovisión, que gira en torno al concepto de ciudadanía, ha generado mecanismos para jerarquizar a las personas-ciudadanxs en diferentes grados de humanización/deshumanización. Por un lado, ciudadanxs que se valen por sí mismos −que son autosuficientes e independientes− y que se erigen como “ciudadanxs activos” que tienen actualizadas tanto las dimensiones más receptivas de la ciudadanía – que garantizan la satisfacción de necesidades básicas-, como las dimensiones más activas –las ligadas a la autonomía y la participación-. Por otro lado, aquellas individuos que son excluidos de esta ciudadanía activa, y que se conciben como “co-protegidxs”: ciudadanxs pasivos −como son considerados a niñxs, personas con diversidad funcional, personas en situación de dependencia y todos aquellxs que según los cánones neoliberales no se valen por sí mismos− que tienen más o menos actualizadas las dimensiones receptivas de la ciudadanía pero apenas pueden ejercer las ligadas a la autonomía y la participación (Etxeberria, 2008). Por último, podríamos identificar a aquellos que no son considerados personas-ciudadanxs en ninguna de sus formas; esta forma está de rabiosa actualidad con el flujo de refugiados a Europa: los “sin papeles”, los “sin estado-nación, los “sin derechos”. Estos no son, no están, no importan…
Como vemos, estas diferencias de grado (humanización-deshumanización) que marca la ciudadanía no sólo dictan quién tiene más o menos acceso a los recursos para la supervivencia (ciudadanía pasiva) sino también quién tiene opción a constituir y participar en el ámbito público y la vida política que marca las reglas del juego. En este sentido, quiero llevar esta reflexión a la situación de las personas que tradicionalmente han sido la población diana de las intervenciones de terapia ocupacional. De esta manera, en nuestra sociedad las personas con diversidad funcional (discapacidad) −especialmente aquellas con diversidad cognitiva, intelectual o mental− son tratadas como ciudadanas pasivos en función de su menos humanidad, medida en términos de su menos racionalidad (autonomía moral) y su menos autosuficiencia (autonomía fáctica). Esto se traduce en que sus vidas están condicionadas por un acceso a un sistema de protección insuficiente que apenas permite garantizar la supervivencia; por un acceso diferencial (segregación o apartheid) a la escuela y al empleo; por la invisibilización, marginación y exclusión de los espacios públicos; por la nula presencia en espacios de participación social y política; y, en ocasiones, por argumentos que justifican su eliminación (os recomiendo la lectura de Brum (2016) sobre el virus zika, la microcefalia y el aborto). En resumen, la clave para entender la exclusión de las personas con diversidad funcional en nuestra sociedad radica en la propia concepción del contrato social de la sociedad moderna en Occidente, un contrato que parte de la idea de que todos somos iguales pero que niega las diferencias humanas y cuando debe abordarlas sólo puede/sabe hacerlo desde mecanismos de deshumanización.
Así, tal y como plantea Kronenberg también aquí −¡sí, también en Burgos!− es necesario repensar la terapia ocupacional y llevar a cabo un cambio de posicionamiento para que nuestra profesión se convierta en un recurso más sensible y responsable en los procesos de promoción del bienestar de TODAS las personas y de la sociedad. Kronenberg nos invita y anima a llevar a cabo un reposicionamiento que pivote nuestras reflexiones y acciones como terapeutas ocupacionales desde el centro del poder dominante (“la modernidad occidental”) a las periferias emergentes −”las epistemologías del sur”− donde se encuentra la población mayoritaria del mundo.
Las “epistemologías del sur”, posicionamiento defendido por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (2011; 2012), es el reclamo de nuevos procesos de producción de conocimiento; de valorización de conocimientos válidos −científicos y no científicos− y de nuevas relaciones, más colaborativas, entre diferentes tipos de conocimientos a partir de la incorporación como conocimiento legítimo de las prácticas de las clases y grupos sociales que han sufrido, de manera sistemática, destrucción, opresión y discriminación causadas por el capitalismo, el colonialismo y todas las naturalizaciones de la desigualdad en las que se han desplegado. Un ejemplo de estas situaciones de naturalización de la desigualdad que especialmente nos debería increpar como terapeutas ocupacionales es el sexismo y el capacitismo imperante en nuestra sociedad que condiciona todas y cada una de nuestras ocupaciones cotidianas.
De este modo, las “epistemologías del sur” parten de un Sur que no es geográfico, sino que es un Sur metafórico: metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo y el colonialismo a nivel global y de la resistencia para superarlo o minimizarlo. Un Sur que se opone con fuerza a la idea de que existe un único conocimiento válido, el conocimiento de la ciencia moderna, considerado como el perfecto conocimiento.
Desde las “epistemologías del sur” no se defiende que el conocimiento de la ciencia moderna sea erróneo; sino lo que se pone en cuestión es el reclamo que éste conocimiento hace de tener la exclusividad de rigor. Consecuentemente, la ciencia moderna se concibe como una parte más de una ecología de saberes. Santos (2011) defiende como punto de partida de las «epistemologías del sur» esta ecología de saberes y propone la utilización contra-hegemónica del conocimiento científico: por una parte, explorar prácticas científicas alternativas que se han hecho visibles a través de las epistemologías plurales de las prácticas científicas y, por otra, promover la interdependencia entre los conocimientos científicos y no científicos.
¿Y cómo esto se relaciona con nuestra práctica profesional como terapeutas ocupacionales en Burgos o cualquier otra parte de España? Nuestras prácticas profesionales cada vez más están entretejidas en un discurso científico que oblitera la posibilidad de incorporar en nuestra reflexión otros discursos y conocimientos alternativas que aporten una comprensión más compleja sobre las experiencias de vida de las personas en las que trabajamos. En mi trabajo de investigación sobre las trayectorias sociales de personas que sobreviven a un traumatismo craneoencefálico (TCE) (Sanz-Victoria, 2015) he podido constatar que a lo largo de todo el proceso, desde el momento del accidente hasta pasado los años, se da una relación asimétrica y subordinada entre dos saberes que se contraponen: un conocimiento experto que se afilia con los principios de racionalidad científica expresados sobre todo a través del determinismo biológico, pero que tiene que abordar la imprevisibilidad e incertidumbre que caracterizan al daño cerebral adquirido; y otros saberes considerados profanos y subalternos, cuya interpretación trata de socializar y culturizar los procesos de las personas que sobreviven a un TCE: principalmente, el conocimiento encarnado que surge de las experiencias de sufrimiento, individual y colectivas, que vivencian las personas con TCE y sus familiares; pero también el conocimiento profesional de disciplinas que aportan una interpretación contextual al fenómeno distanciándose del discurso científico-técnico. Generalmente, estos saberes profanos son reducidos a conocimientos tangenciales, no nucleares, y deslegitimados (o no legitimados) por profesionales e instituciones implicadas en los procesos de rehabilitación. Esta (des)legitimación tardía y de baja intensidad que se lleva a cabo sobre el conocimiento que proviene de la experiencia no es gratuita, tiene importantes consecuencias en la práctica. De hecho podría explicar por qué muchas personas que sobreviven a un TCE (especialmente familiares y cuidadoras) a lo largo del proceso desestiman los mecanismos de ayuda mutua y prefieren servicios dirigidos por profesionales; desechan, en primera instancia, acciones comunitarias que se distancian del modelo médico hegemónico y reclaman recursos altamente especializados que emulen la fase de institucionalización donde hacen propio el discurso científico; y conciban su situación como un problema individual y privado que les impide percibir sus circunstancias como objeto de una lucha colectiva.
Por lo tanto, ¡también aquí! en la terapia ocupacional estándar en el contexto español es necesario que se dé un viraje, tal y como nos planteaba Frank Kronenberg, hacia las periferias emergentes, hacía «las epistemologías del sur». Es necesario un cambio de mentalidad que nos permita incorporar como conocimiento válido y legítimo las historias de sufrimiento y de lucha de las personas y colectivos con los que trabajamos. Un posicionamiento que no elimine la posibilidad de la ciencia; pero que obligue a unos criterios ético-políticos en el uso de la misma (Sousa, 2011). Es necesario poner en valor una ecología de saberes que nos posibilite, cuando menos, sentirnos increpados por los círculos viciosos de deshumanización que nuestra propia sociedad alimenta.
Referencia
7 comentarios sobre “A propósito de Kronenberg: «Epistemologías del sur» ¿y qué tiene que ver esto conmigo si yo trabajo en Burgos?”
Enhorabuena Silvia por señalar la necesidad, o mejor dicho el deber, que tenemos lxs TO de hacer que ese viraje hacia las epistemologías del sur y la ecología de saberes se produzca tanto en nuestros discursos como en nuestras prácticas. Hablas de tu trabajo con personas que han sobrevivido a un TCE, y todo lo que planteas me parece que encaja perfectamente en cualquiera de los ámbitos en los que estamos presentes. En el de la salud mental, que es el que yo conozco, hay un movimiento importante de personas que han recibido un diagnóstico psiquiátrico, y que tras varias experiencias de deslegitimización como la privación involuntaria de libertad que supone el ingreso o la “contención mecánica” (ser atado a una cama) se han nominado a sí mismxs como supervivientes de la psiquiatría. Creo que muchxs han sido conscientes, por su experiencia personal y colectiva desde el activismo, de esto que tu explicas tan bien en este párrafo:
“Esta (des)legitimación tardía y de baja intensidad que se lleva a cabo sobre el conocimiento que proviene de la experiencia no es gratuita, tiene importantes consecuencias en la práctica. De hecho podría explicar por qué muchas personas que sobreviven a un TCE (especialmente familiares y cuidadoras) a lo largo del proceso desestiman los mecanismos de ayuda mutua y prefieren servicios dirigidos por profesionales; desechan, en primera instancia, acciones comunitarias que se distancian del modelo médico hegemónico y reclaman recursos altamente especializados que emulen la fase de institucionalización donde hacen propio el discurso científico; y conciban su situación como un problema individual y privado que les impide percibir sus circunstancias como objeto de una lucha colectiva.”
Igual parte de nuestra tarea consista en analizar no sólo la historia ocupacional y el contexto natural de las personas con las que trabajamos, sino el sufrimiento que generan las propias instituciones sanitarias y de servicios sociales en las que impera una ideología “capitalista y capacitista”.
Gracias a los compas del blog y a ti por compartir una manera más humana de entender la profesión y los procesos de salud enfermedad.
Completamente de acuerdo, Carlos: parte de nuestra tarea consiste en analizar no sólo la historia ocupacional y el contexto de las personas con las que trabajamos, sino el sufrimiento que generan las propias instituciones sanitarias y de servicios sociales en las que impera una ideología “capitalista y capacitista”. Yo añado: de las que en la mayoría de las ocasiones lxs TOs somos mercenarixs. Como ha comentado otra compañera en facebook: la terapia ocupacional será crítica o no será, para ello es necesario poner en revisión constante no sólo nuestras intervenciones técnicas sino también nuestras intervenciones humanas (cómo nos situamos ante los otros, especialmente ante aquellos que sufren como consecuencia del sistema del que formamos parte y retroalimentamos).
Gracias por tus palabras, me animan a seguir compartiendo mis reflexiones.
Grandes reflexiones querida Silvia .Efectivamente y como muy bien expresas también desde Burgos detectamos día a día ese sufrimiento que ocasionan los hospitales, las residencias, los propios profesionales, el trato poco humano a personas que son tratadas como ciudadanos de segunda… Somos afortunados porque podemos y debemos trabajar para que esto cambie y todas las personas seamos consideradas por igual.Es necesario ese viraje al que haces referencia. Me uno a tu afirmación las epistemiologias del sur nada tienen que ver con lo geográfico. Burgos también esta al sur. Enhorabuena y espero que sigas colaborando en el blog, es un gustazo leerte.
Gracias Beatriz por tus palabras. El “uso/abuso” que hago de la ciudad de Burgos para mis reflexiones tiene que ver con mi propia historia de vida (con esa historia compartida) y una conferencia que dí en Burgos en 2005 en unas jornadas organizadas por APETO y que me re-situo como terapeuta ocupacional. Hablo de Burgos por lo que supuso para mi esa conferencia, pero podría hablar de Zaragoza, Barcelona, Terrassa, Madrid, Cáceres, Alcorcón, A Coruña… No es el dónde, sino el cómo.
Gracias por lo compartido y por lo que compartir!!!
Excelente reflexión Silvi! Gracias por tus sugerentes planteamientos. Nos inspiran para seguir planteando una terapia ocupacional que reflexione haciendo partícipe a las personas sobre la teoría y la práctica. Una reflexión consciente de las situaciones de opresión caracterizadas por la marginalización, el imperialismo teórico y los planteamientos etnocéntricos de la ocupación humana entre otros. Gracias
Gracias Inda. Esperando con ganas tu participación en este foro de ideas. Un abrazo
Muchas gracias. Artículos como estos nos hace pensar. Q el sur sólo está donde queramos ubicarnos. Saludos desde el sur Argentina.