Terapeutas ocupacionales ¿Sin orgullo?

Terapeutas ocupacionales ¿Sin orgullo?

 Terapia Ocupacional Orgullo

“Más personas han sido sacrificadas en nombre de la religión que por cualquier otra razón sola. Eso, mis amigos, es verdadera pervesión”

(Harvey Milk)

Antes de empezar, una aclaración para las personas que nos leen, no quisiera que el título pudiera inducir a error, y dar a entender que las próximas líneas versarán sobre la necesidad de reforzar nuestra identidad profesional y acudir para ello a la exacerbación de nuestro ego. No descarto que algún día las reflexiones me puedan llevar a esos temas (tan hegemónicos por otro lado en la profesión) pero, a día de hoy, la cuestión de los complejos de adolescencia de la terapia ocupacional y las contrareacciones desproporcionadas de soberbia me aburren soberanamente. El orgullo, en este texto, va de otra cosa mucho más marginal (y divertida).

Hace algunos años, en un país cuyo nombre no reproduciré, asistí atónito a una comida con un buen número de terapeutas ocupacionales que, entre copas, hacían bromas de dudoso gusto sobre los atuendos de jóvenes transexuales y travestis que se prostituían para sobrevivir en una de las calles principales de la ciudad. Pocos años después, aquí en España, los editores de este blog tuvimos que posicionarnos en contra de la celebración de una fiesta organizada por estudiantes de Terapia Ocupacional, que incluía como principal atractivo el desnudo de personas con acondroplasia. Y hace tan solo unos días, con motivo de la celebración del Orgullo Gay, las redes han vuelto a ser altavoz de expresiones de algunos compañer@s que, seguramente de forma inconsciente, en su intención por defender los valores de su fe, acababan realizando alegatos homófobos, más o menos explícitos.

Y es que no puede obviarse, que el discurso judeocristiano además de encontrarse aferrado a nuestra cultura, ha contribuido (especialmente en occidente y en Latinoamérica) de forma decisiva al desarrollo del discurso y la práctica de las profesiones sanitarias, entre las cuales “orgullosamente” nos incluimos. La beneficencia, la caridad, la solidaridad, el sacrificio y el servicio, son, entre otros, valores insertos en el mensaje del catolicismo que, por la vía del adoctrinamiento y la propaganda, hemos absorbido aún quienes hemos nacido ya en un “estado aconfesional”, con su correspondiente impacto en nuestros roles, nuestra gestión emocional, la vivencia de nuestros cuerpos, nuestras ocupaciones, nuestras relaciones, etc. Quienes trabajamos en el ámbito de las organizaciones sin ánimo de lucro, sabemos bien de sus orígenes católicos en muchísimos casos, y quienes lo hacen en recursos privados, conocen de la notable influencia de la iglesia en la gestión de servicios asistenciales. Cuatro universidades vinculadas directamente a la iglesia de diez y ocho en las que se imparte Terapia Ocupacional resulta una presencia no menos significativa en lo que respecta a nuestra más directa formación.

Hasta aquí, y a priori con las lógicas reservas, nada malo. Los valores, aunque haya quien se empeñe en atribuírselos en exclusividad, son comunes a distintas religiones y culturas, y con algunos de los principales mensajes de la fe muchos ateos estarían dispuestos a “comulgar”, pues podrían resultar congruentes con una lógica de respeto y amor al prójimo. Sin embargo, el problema nace cuando esa lógica de amor, solo se aplica a quienes piensan como yo, se comportan como yo, aman como yo, o están dispuestos a aceptar las normas que yo impongo. En definitiva, mientras se respete lo contenido en el marco de un absolutismo moral.

La reacción de la iglesia católica, frente a los Estudios de género, que vienen a romper, entre otras cosas, con todo un modelo social fundamentado en la familia tradicional, en la que sus miembros desempeñan roles y ocupaciones en base a unos determinantes esencialmente biológicos, y la obligación de conformarse y ceñirse a ellos, negándose la posibilidad de ser y realizarse en base a otros criterios y deseos, es una prueba evidente de cómo la religión pretende influir en la vida de las personas, desde los espacios más públicos a los más privados.

Su tolerancia, pasa, en apariencia, porque cada uno podamos vivir nuestra propia sexualidad, eso sí, sin expresarla públicamente (porque ofende, por miedo a su influencia sobre menores, porque eso es exhibicionismo, o por una necesidad de civismo, etc.). No es otra cosa, que una fórmula propia de una lógica absolutista, que “acepta cualquier cosa”, mientras no sea visible, mientras permanezca dentro del armario. Una lógica que no entiende ni acepta que la conquista de derechos sexuales y reproductivos se celebre, por una sencilla razón, lo que para algunos es una conquista, para ellos es una derrota. Pretender justificar delitos de odio como los de Orlando, atendiendo al argumento de una visibilidad excesiva e irrespetuosa del colectivo LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales) no es otra cosa que ser conniventes y condescendientes con la violencia homófoba y constreñir bajo un único criterio los límites de la libre expresión. Curiosamente, no se preguntan cómo y cuánto de visible, molesta, influyente, ofensiva, incívica, o exhibicionista puede llegar a ser para otras personas la Semana Santa, la misa en la televisión pública, El Rocío, las declaraciones de la jerarquía de la iglesia, las subvenciones a colegios que segregan por sexos, o cualquier otra manifestación y/o celebración pública de la fe… por no acudir a otros ejemplos, de calado penal, que a todos se nos vienen a la mente cuando se habla de prácticas de la iglesia.

La pregunta que cabe hacerse en este punto de la reflexión es: ¿puede ser la terapia ocupacional congruente con la lógica de un absolutismo moral y cultural?.  Si la respuesta es que no, habrá que plantearse entonces cuánto de comprometida está la profesión (y sus miembros) con una igualdad real de base ontológica, es decir, derivada de la naturaleza en esencia valiosa del ser humano, que nos enrasa a todos/as y no puede ponerse en cuestión ateniendo a ningún otro criterio (capacidad, cultura, orientación sexual, sexo, etc.). Si nuestro compromiso flaquea o empieza a buscar justificaciones, tendremos que reconocernos entonces como una profesión cínica, que quiere la igualdad solo para unos pocos. Por el contrario, si asumimos que el único absoluto válido es el que nos compromete por igual con todas las personas, habrá motivo entonces para seguir estando orgullosos.

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